Maravillándonos con la maravilla

Nota para las lectoras y lectores: Esta entrada corresponde a los últimos días de la India (principios de Octubre). Perdón por el retraso, estábamos muy ocupadas viajando. Un beso para españolxs por el mundo.

Abandonamos la capital de Rajastán para poner rumbo a nuestra última etapa de la aventura en India: Agra y la maravillosa maravilla del Taj.

De camino, Ghoki nos sugiere desviarnos a ver un pozo, a lo cual accedemos por nuestro amor a la desviación más que por otra cosa… Cuál es nuestra sorpresa cuando nos encontramos con el mejor pozo/palacio de verano visto hasta el momento por el ser humano (la foto no hace justicia), donde ahora sólo habita una tortuga solitaria. Intentamos secuestrar a la tortuga. Nos detienen. Pasamos 48 horas en un calabozo alimentándonos de nuestra propia cera de los oídos y «plain chapatti». Conseguimos escapar haciéndonos pasar por monjes Sij de edad avanzada gracias nuestros conocimientos adquiridos en la etnografía previa realizada con dicho colectivo.

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Ponemos rumbo a nuestra siguiente parada del road trip hacia Agra: Fatepur Sikri.

Como pasamos de pagar para ver más palacios, entramos sólo en la parte gratuita de la ciudad, la cual no tiene nada que envidiar a la de pago, seguro. Nos da la bienvenida una puerta gigante hacia un patio rodeado por mezquitas, y musulmanes que intentan sacarte hasta un riñón, además de la tumba de un famoso gurú.

Por fin nos encaminamos hacia Agra, donde nos alojamos en otro zulo húmedo con olor a tuberías, similar al de Delhi. Por suerte la noche sólo dura cuatro horas, ya que a las 5 de la mañana comienzan los Juegos del Hambre hacia el Taj Mahal.

La gente se pone muy agresiva en la cola para conseguir la entrada y luego corre como si huyera de Satanás (el perro del vecino) hacia la entrada propiamente dicha, que está como a un kilómetro. Una vez allí, se pelea en otra cola (dividida por sexos y subdividida a su vez por nativas/os o no nativas/os) para entrar pronto y poder ver el amanecer. Al final de dicha cola, hay que pasar la mochila por rayos X y ser cacheada (igual que a la entrada del metro pero con la diferencia de que aquí no te dejan pasar comida, ni linternas).

Un poco cabreadas porque nos hayan quitado las galletas y por haber tenido que dejar nuestro frontal en «la taquilla» (la cual consiste en dejar tus cosas en el mostrador de una tienda cualquiera para que a la vuelta mires a ver si compras algo), por fin entramos al recinto, a seguir pegándonos con gente en otras colas.

A pesar de todo ello, y de haber perdido tres dientes, nos maravilla la maravilla, y nos hacemos una foto en el banco de Oprah. Merecen la pena el madrugón y las mil rupias de entrada. Muy impresionante. Una maravilla, vaya.

Nos despedimos del zulo de Agra, de María y de Ollie, y nos armamos de valor para ir a nuestra queridísima New Delhi. Antes de llegar al hotel visitamos algún que otro punto de interés político y cultural de la gran ciudad, como el Templo de la Flor de Loto (de la religión Bahal) o la casa del presidente y edificios gubernamentales varios.

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Ya en el ocaso de nuestro viaje por India, visitamos el barrio de las personas refugiadas de origen tibetano de Delhi: un remanso de paz en medio del caos. Allí degustamos la comida tradicional tibetana: Tukhpa y momos.

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Quedamos con el taxista para ir al aeropuerto con cuatro horas de antelación, pero no parece suficiente. El del taxi aparece por el hotel cuarenta minutos tarde con una coche/carromato/cacharro sin amortiguación. Sin ningún tipo de escrúpulos se para un rato en medio de la calle para debatir con un colega sobre algo referente a los neumáticos del coche. Nos tiramos una hora y media de reloj en un super atasco (cuando en teoría se tardaban veinte minutos al aeropuerto) y para colmo tenemos que desembalar y volver a embalar (y pagar) el macuto de Eva por llevar un mechero en su interior.

Aún así y aunque parezca increíble, antes de embarcar nos da tiempo a pasarnos por el Starbucks a comprar unos cafés y desayunar tranquilamente en la puerta de embarque. En la entrada, un cartel que nos anuncia cuál será nuestro próximo destino: Kathmandú.

 

 

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