Bundi, o «De cómo dormimos en un Templo Sij»

Para compensar la sajada de Ranakpur, Ghoki elige como siguiente alojamiento un Templo Sij, donde dan alojamiento y comida gratis 24 horas a cualquiera que lo solicite. Así, después de prepararnos la habitación como si fuéramos la reina de Inglaterra (seleccionando los colchones y sábanas menos sucias), vamos al comedor donde, con un pañuelo naranja en la cabeza, degustamos un delicioso Dal (ilimitado), con unos deliciosos chapatis (ilimitados también), con la condición de que nos acabemos todo lo que tenemos en el plato.

Es aquí en el Templo Sij donde conoceremos al que será el mejor amigo que hagamos en la India: un monje Sij de edad avanzada con el que sólo nos comunicamos por señas y, ¡No quiere dinero de nosotras!

En el propio Bundi, paseamos por los principales atractivos de la ciudad, que a estas alturas ya deberíais ser capaces de adivinar. Efectivamente: un lago, un fuerte y un puto festival. Con todo y con eso, Bundi es bastante tranquila y no hay un/a sólo/a turista, así que nos sentimos muy a gusto. La paz termina a las 4:45 a.m. con la música de discoteca de rezos del templo, que se alarga durante toda la mañana. Así que, con unas ojeras hasta los pies y después de hacernos una foto con nuestro amigo y que un monje nos informe sobre la situación de Cataluña que había salido esa misma mañana en los periódicos, ponemos rumbo a Jaipur.

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En Jaipur, decidimos alojarnos lejos del centro de la ciudad (15 km), pues es la capital de Rajastán y ya sabemos cómo funcionan aquí las grandes ciudades. Por suerte tenemos el metro cerca y en un momento nos plantamos en el centro, donde confirmamos nuestras sospechas: vuelven el acoso y los timadores. Y con ellos: el tráfico, la contaminación, pagar por respirar, las millones de bocinas que suenan por segundo, … Por todo ello, decidimos alejarnos de lo más turístico y Ghoki nos lleva a ver un mausoleo de la antigua familia real (muy bonito, ver foto adjunta), el Templo de los monos, y un Templo de Ganesh al que se accede subiendo (o escalando, según se mire) cuatro millones de escalones. Eso sí, desde arriba hay unas vistas espectaculares del Palacio del agua (Raj Mahal) y de la ciudad en general.

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Por su parte, en la Guest House nos sentimos como en casa, menos por el calor insoportable que hace en la habitación, que no nos deja vivir ni dormir. Uno de los anfitriones nos cocina las mejores samosas que hemos probado nunca.

Próximo destino: Maravilla del mundo.

 

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